La intención que tenemos al redactar estos nuevos escritos es aglutinar en ellos distintas circunstancias, hechos, sucesos, que se refieran a acontecimientos  acaecidos en el departamento en forma especial. Sin perjuicio de ello mencionaremos ciertas noticias que pueden llamar la atención a nivel mundial.

   A través de los mismos iremos dando cuenta de noticias, de datos, de comentarios relacionados con instituciones, edificios, personajes, lugares, sucesos sociales, deportivos, parajes, que han ocupado en la mayoría de los casos espacios en la prensa del departamento.

   Algunos ya han sido desarrollados con amplitud, pero siempre aparece algún detalle nuevo que es apropiado comentar, mientras que en otros casos no se le ha dado la importancia que merecen.

   Asimismo, en base a la manera como se están desarrollando actualmente los estudios primarios y secundarios, con estas referencias y sucesos que iremos desgranando, trataremos de ser útiles a docentes, profesores y alumnos.

   Agradecemos entonces que nos hagan llegar sus comentarios a nuestro correo electrónico - ariasmer @adinet.com.uy - sobre si consideran útiles estos trabajos, así como si estiman necesario abordar determinados temas.

  Es por demás conocido que la situación geográfica de nuestra ciudad somete a los habitantes de la misma, en épocas calurosas, a sufrir las elevadas temperaturas propias del paralelo en que se encuentra.

   Por lo tanto, siempre los vecinos en general buscaban aliviar los rigurosos veranos y las altas temperaturas, aprovechando las aguas del Río Negro (y también de su afluente el arroyo Dacá) para tomar baños que hicieran más aliviado soportar esos altos grados de calor. 

   Se planteaba aquí para las autoridades el dilema de propiciar la realización de esos baños, pero a su vez cuidar la conservación del pudor y de la moral propio de las épocas que referiremos.

   Desde siempre se ha reconocido que las aguas de nuestro río tenían la reputación de ser consideradas como medicinales y curativas para una serie de afecciones y enfermedades, principalmente las de índole eruptiva.

   Se sostenía que esas virtudes provenían de la exuberante vegetación que bordeaba las riberas del río, especialmente por las innumerables plantas de zarzaparrilla que existían en sus orillas.

   Eso hacía que desde mucho tiempo atrás, conocidas esas propiedades, no sólo se bañaban en el río nuestros habitantes, sino también los numerosos extranjeros que atraídos por esas condicionantes se albergaban en forma especial en los hoteles ribereños.

   Argentinos, brasileños y en ocasiones personas provenientes de otros lugares, pasaban largas temporadas en nuestras costas, a veces tratando de aplacar sus dolencias o en otros casos también buscando fortificar su salud corporal.

   Tal vez el celo puesto por el Cónsul General de Brasil radicado en Montevideo, defendiendo “el turismo” (como hoy se hace) de sus compatriotas, hizo que remitiera a su Emperador un informe diciendo que no era cierto el carácter medicinal o curativo que se le atribuía a las aguas del Río Negro. (En agosto de 1869 publicado en “El Siglo” el 28 de enero de 1870).

   Basaba su acerto en que al existir varios saladeros aguas arriba de la ciudad, se echaban al río los desperdicios y restos que los mismos no procesaban, transformando las mismas en nocivas para la salud.

   A los 3 días de la última fecha indicada, el Dr. Domingo Ordoñana escribe a aquel Cónsul, refutando sus dichos, haciendo mención al informe del resultado de los análisis hechos en París de esas aguas, de los que resulta que las mismas entran en la categoría de sulfurosas y pertenecientes a un grupo muy especial denominado como “sulfa hídricas sulfuradas.

   Quedaban planteadas entonces esas discrepancias, lo que no era óbice para que nuestros vecinos concurrieran cada vez en mayor número a la costa del ancho río.

   Debido a esta preferencia y  debiendo vigilar la moral y las buenas costumbres de nuestra sociedad, como indicamos más arriba, se acostumbró entonces que llegada la temporada de baños, las autoridades emitían sendos decretos fijando los sitios o lugares en que podían usufructuar y disfrutar de esos baños tanto mujeres como varones.

   Por ejemplo en 1882 la Jefatura Política hace público un decreto que establece: que en el interés de evitar todo desorden y escándalo de modo de que no se pervierta la moral y el respeto necesario entre los sexos, se fija como zona de baños para las señoras la ribera sur del Río Negro entre las calles Buenos Aires y 18 de Julio, mientras que para los hombres, en la misma costa pero desde B. Aires al oeste. Se decía también que los que quieran bañarse en la isla del Puerto lo harán en la parte norte o sea mirando en dirección a la otra costa del río.

(Esto en lo que correspondía a la seccional policial 1ª.). 

Mientras que en lo que atenía a la 2ª. sección policial se establecía que las señoras podían bañarse entre calles Asamblea y Bequeló, mientras que los hombres podían hacerlo desde la de Bequeló aguas arriba hasta Sandú Chico. 

   (Aclaramos aquí que la calle que se denominaba Buenos Aires es hoy la calle Dr. Braceras, la nombrada Asamblea es la calle Artigas hoy, mientras que Bequeló indica lo que hoy es calle José P. Varela, en tanto que Sandú Chico sería la cañada Roubín. Recordemos también que entonces  no existía aún ninguna pasarela ni puente desde la costa hacia la isla del Puerto).   

    Poco tiempo después y aproximándose la época propicia para los baños en el río, se emite un decreto semejante, con la salvedad de que se destina para las mujeres el espacio entre Sarandí y Colón y también entre Asamblea y Dolores (hoy M. Oribe), mientras que a los hombres se les destinaba a bañarse desde la costa frente a la calle Buenos Aires al oeste y desde la de Bequeló hacia el este.

Se ponía énfasis en que quedaba prohibido a los hombres estacionarse en los parajes destinados para bañarse las señoras, durante las horas en que éstas estén bañándose.                 

 La desobediencia los hacía pasibles de tener que abonar cuatro pesos de multa o un día de prisión, pena que se aumentaría en caso de reincidencia.

   Se indicaba también que los niños menores de doce años no podrán concurrir a los baños si no van acompañados de sus padres, tutores o encargados.

   También se establecía rigurosamente que estaba prohibido bañarse sin el traje de baño. (Esto vemos que no se cumplía muchas veces por los soldados que al bañar sus caballos junto al hoy muelle de los Treinta y Tres, lo hacían ellos desnudos totalmente. Suponemos que sería en horas que no coincidían con las habituales de la concurrencia de la mayoría de los bañistas).

Se indicaba también que quienes quisieran bañarse en la Isla del Puerto deberán hacerlo en la parte del norte, mirando hacia el medio del río.

   Nos preguntamos a que lugar concurrirían los matrimonios con hijos pequeños, pues eso no se determinaba.                                                                                                 

    Aprovechando la numerosa concurrencia de extranjeros deseosos de sumergirse en el río, el propietario del “Hotel Progreso”, anuncia en el diario “El Mercedario” el domingo 26 de noviembre de 1871 que en su hotel se brinda un beneficio de comodidad e higiene a sus huéspedes, aparte del que las condiciones naturales brinda la naturaleza, por la frondosa vegetación que puebla sus márgenes, pudiendo disfrutar en su interior (del hotel), de servicio de vapor que impulsa la aparición del agua caliente a través de las canillas, novedad de reciente aparición. 

   Por supuesto, su utilización tenía un costo que era de $ 0,50 de la época, para el vecindario que podía hacer uso del mismo, precio que se reducía a la mitad para los huéspedes del mismo hotel. (El dueño era Antonio Basté y luego lo fue su viuda Magdalena Ramospé).

La Sociedad Balnearia

   En 1884 existía un local de baños con instalaciones de duchas, construido por una sociedad formada por accionistas, según surge de aviso de venta de una de esas acciones en el Nº. 1 del periódico  “El Oriental”.

    En datos sobre la actividad de Idiarte Borda (archivo de Juan S. Soumastre) se dice que  integró aquél esa sociedad, junto a otros vecinos, en 1869.

   Era una empresa que estaba ubicada en las actuales calles Detomasi y 21 de Setiembre brindando baños de agua fría y caliente a los bañistas que salían del río. 

(En otra nota brindaremos detalles de esa empresa).

   Existieron también otras empresas que utilizaban las aguas tanto del Río Negro como del arroyo Dacá, para brindar sus servicios a los vecinos.

   En lo particular hacemos referencia a un establecimiento balneario propiedad de Juan Vitale, ubicado en un sitio muy próximo a la desembocadura del arroyo Dacá en el Río Negro, formado por casillas de madera y destinado exclusivamente para hombres y que en 1901 (el 25 de febrero) se noticia en un diario montevideano “que en la noche del 20 del corriente, se incendió totalmente el departamento de casillas para hombres del establecimiento balneario de don Juan Vitale, cerca de la barra del Dacá, en Mercedes. Distintas circunstancias hacen presumir que haya intervenido en el suceso una mano criminal”.

    Destacamos que sólo 2 meses antes (diciembre de 1900) se había publicitado que en las orillas del Dacá, donde estaba ese Balneario, se habían detectado aguas minerales con material ferruginoso, lo que ameritaba que se tratara de hacer analizar las mismas, lo que se consideraba como un mayor atractivo. 

   Poco antes habían comenzado a circular “los Rippers”, vehículos semejantes a los primeros ómnibus, pero tirados por equinos, habiéndose establecido una línea que conducía desde el centro hasta ese balneario.

 (Ampliaremos otros datos en próxima nota)